jueves, 6 de octubre de 2016

Pigmalión


Netwriters - Placeres y Perversiones (grupo de literatura erótica)


Imagen de Ruben de Luis






Desperecé mi cuerpo y miré a David que se había puesto el pantalón y descalzo, con el pecho al aire, preparaba te en la cocina. Mis ojos no se separaban de sus manos; aquellas manos, pensé, conocían ya mi cuerpo, no una parte de él sino todos los rincones ocultos y los visibles. Recordé lo que acababa de suceder sobre aquel sofá y un escalofrío volvió a recorrer mi columna vertebral.

¿Hasta entonces, qué sabía yo de aquello? Solo lo que se habla, lo que se ve fugazmente; imposible imaginar lo que se siente. La primera vez fue una locura, sucedió en su casa, por un momento pensé que me equivocaba, luego me di cuenta de que no. Durante toda la noche me miraba de manera que me hacía sentir incómoda y a la vez excitada. Me tocó sentarme a su lado en la cena. Entonces olí por primera vez el aroma que me haría olvidar todo en lo sucesivo. Tocó mi mano varias veces como por casualidad. Sus miradas insistentes hacían que mi corazón se agitara sofocado. Cuando sentí la suya acariciando mi muslo, bajo el mantel, olvidé que aquello no era conveniente, cuando dirigió la mía hacia su bragueta y noté la dureza oculta en ella, la retiré como si me hubiera quemado. Cuando los invitados pasaron al salón, me susurró con autoridad:

—Ve a mi despacho, ahora

Solo lo pensé un segundo, me levanté y dije que iba al baño. Mi cuerpo temblaba, sabía que algo iba a pasar, algo secreto que requería discreción. Se sentó en el sillón de gran respaldo que presidía su mesa, me dijo que me acercara, metió sus manos bajo mi falda y me quitó las bragas, luego giró la silla de espaldas a la puerta y levantándome como una pluma abrió mis piernas y me sentó sobre las suyas. Noté de nuevo el bulto en su bragueta, me ordenó que la abriera y sacara su pene y sin más miramientos se introdujo en mí. Cuando iba a dar un grito tapó mi boca con su mano; me dolía, aquella era mi primera vez. Tomándome de las caderas me hizo subir y bajar hasta que dio un ligero aullido y se derramó dentro de mí.

Lo repetimos más veces, casi todas en lugares que resultaban peligrosos, sin importarnos que mis padres o su esposa estuvieran cerca, en calles malolientes donde podría pasarnos cualquier cosa, en rincones ocultos. Asustada cuando me amenazaba con que me entregaría al primero que pasara si no hacía lo que me pedía. Obedecía porque no podía decirle que no, el deseo era más fuerte que el miedo y este era el mejor estimulante para nuestra pasión. La sensación de peligro le excitaba mucho y verle así a mí me volvía loca.

Aquella tarde lo habíamos hecho una vez más en su casa, en el sofá de su salón, aprovechando que estábamos solos. Tomamos el té bien cargado, mirándonos a los ojos, pero yo, para entonces, sentía ya auténtico miedo. Se suponía que él era el adulto y debía saber lo que estaba bien y lo que no, yo estaba segura de que aquello no lo estaba y debía terminarse. Pero no fue solo eso. Se volvió extraño, me asustaba, me besaba de una manera que me parecía insana, cada día más profundamente, exigiéndome una respuesta acorde con su ansia incontrolada. Su lengua apretaba el inicio de la mía hasta que me sentía morir, me ahogaba. Le supliqué que parara con aquello, que tenía miedo y ya no me gustaba, pero él continuaba con su frenesí, perdido el control.

—Tenemos que dejar esto, David, creo que las cosas han ido demasiado lejos.

— ¿Qué dices, chiquilla, ahora que has aprendido y eres tal y como yo te deseo?

—Vístete—le dije, haciendo yo lo propio. Estaba decidida y no iba a ceder, lo había meditado mucho y aquello ya no tenía gracia.

Puse las cosas en orden en el sofá mientras se ponía la ropa. Nos miramos, en sus ojos había reproche y rencor. Una vez todo en orden, nos sentamos frente a frente, un hombre maduro y una joven tomando un té amigablemente. Eso éramos y nunca debimos ser otra cosa. Así nos encontró mi tía Maruja cuando llegó a casa.

— Hola, querida, no sabía que estabas aquí.

Me dio un beso, luego otro a su marido y se sirvió una taza de té.

— He tenido un día horrible —dijo con voz cansada






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