viernes, 17 de marzo de 2017

Hotel Camposanto















Para volver a casa Carolina tenía dos opciones: el camino largo o el corto pegado a la tapia del cementerio. Si se le hacía tarde, después del baile, tomaba este último. Aquella noche la verja del camposanto estaba entreabierta; suspiros y susurros suplicantes llegaban desde el interior. Corrió en la oscuridad sin mirar atrás, aterrorizada.

Contó lo sucedido y pronto fue la comidilla del pueblo. «Son fantasías», dijeron, pero algunos decidieron investigar qué había de cierto en aquello.

Tres noches después se aclaró todo: acostados sobre una lápida el sacristán y la mujer del cartero copulaban apasionadamente. No sería extraño si no fuera porque, un año antes, a ambos los mató el marido engañado, cuando los pilló in fraganti.





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