Para volver a casa Carolina tenía dos opciones: el camino largo o el corto
pegado a la tapia del cementerio. Si se le hacía tarde, después del baile,
tomaba este último. Aquella noche la verja del camposanto estaba entreabierta;
suspiros y susurros suplicantes llegaban desde el interior. Corrió en la
oscuridad sin mirar atrás, aterrorizada.
Contó lo sucedido y pronto fue la comidilla del pueblo. «Son fantasías»,
dijeron, pero algunos decidieron investigar qué había de cierto en aquello.
Tres noches después se aclaró todo: acostados sobre una lápida el sacristán
y la mujer del cartero copulaban apasionadamente. No sería extraño si no fuera
porque, un año antes, a ambos los mató el marido engañado, cuando los pilló in
fraganti.
No hay comentarios:
Publicar un comentario