sábado, 15 de abril de 2017

Los cines de mi vida









(Cine)

En la calle Buenos Aires se encontraba el Cine Actualidades; en él no se estrenaban películas, solo pasaban reestrenos y los martes y jueves había sesión doble. Enfrente del Actualidades estaba una charcutería en la que, entre otras cosas, vendían bocadillos de mucho pan y poco jamón; nos reuníamos allí, comprábamos el bocata y lo comíamos viendo las películas.

El Olimpia estaba en Iparraguirre; era un cine muy grande, allí íbamos a la matinal. Si cogías entrada de ‘arriba’ cobraban cinco pesetas, la sesión numerada de la tarde eran veinticinco. Claro que la película no era la misma. Cuando los protagonistas iban a besarse una mano velaba la imagen, todos sabíamos que se besaban, pero no podíamos verlo, así que empezábamos a silbar y patalear hasta que venían los acomodadores y expulsaban a alguno. Los demás enmudecíamos para que no nos echaran también.  


En Autonomía estaba el Abando; allí hay ahora un precioso Hotel. Al Abando le llamábamos el pulguero. Arriba solo había bancos corridos, las butacas de patio estaban raídas y pegajosas y la pantalla rallada. Daban películas viejas, generalmente cómicas. No solíamos ir allí.
Los domingos íbamos con nuestros padres al Gran Vía o al Consulado, al Capítol o el Izaro, que daban siempre películas de estreno. Esa tarde vestíamos ropa de fiesta y nos repeinaban y perfumaban. Primero merendábamos chocolate con churros y luego, veíamos alguna película para menores. Era el mejor día de la semana.

Alguna vez íbamos a algún cine de barrio si queríamos ver alpelícula y solo la daban en uno de ellos. Quedabas con algún amigo e ibas, aunque estuviera lejos. De cinco a siete, que se hace de noche en la segunda sesión. Si la que daban era muy buena había que llegar pronto, porque las localidades no estaban numeradas y podía tocarte en la primera o segunda fila y acababas con tortícolis. Yo era una cría y estaba 'enamorada' de James Mason en el papel de Capitán Nemo, en  "20.000 Leguas de viaje submarino". Había leído el libro de Verne varias veces y el mío era un amor apasionado; por eso fuimos al Zurbaran a verla, a pesar de que estaba bastante lejos de nuestra zona

Para las chicas era un fastidio. A veces se sentaba algún señor a tu lado y cuando estabas en lo más emocionante de la película, él metía su mano bajo tu falda o llevaba la tuya a su bragueta. La primera vez te llevabas un buen susto, luego aprendías a chillar: ¡acomodador que me violan! La carcajada era general y el abusón salía disparado con el acomodador detrás. En los cines pasaban muchas cosas. Los chicos se ponían en las últimas filas para ver a las parejas metiéndose mano en la oscuridad o simplemente besándose en los labios. También sonaba de pronto un sopapo en medio del silencio. Algunos se quedaban dormidos y roncaban. Otros se tomaban de la mano emocionados y se besaban por primera vez. Ese beso soñado y esperado.

Luego nos hicimos mayores y cambiamos; escogíamos bien la película antes de ir al cine, preferíamos los más modernos, con mejores pantallas y sonido. A veces comprábamos palomitas o pastas en Mara, antes de entrar al Izaro, que se llamó Mikeldi cuando se convirtió en un Multicines de salas minúsculas y acogedoras, que se llenaban enseguida. Con el tiempo, todos estos cines y otros más, desaparecieron de la ciudad, dando paso a multicines en los Centros Comerciales, modernos, de estupendo sonido y pantallas de la mejor calidad. Puede que en ellos sigan pasando cosas, pero creo que ya no deben ser iguales.

Las películas nos hacían soñar, nos sorprendían con escenas que parecían imposibles de realizar, en ellas sucedían cosas que deseábamos que pasasen en nuestras vidas. Envueltos en mil aventuras conocimos el bien y el mal y las razones para que existan ambas cosas y descubrimos que se puede amar y odiar y que, algunas veces, las películas son como la vida misma y otras no se parecen en nada a la realidad.





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