martes, 20 de febrero de 2018

La decisión




Imagen hayada en la Red






El ventanal abierto al cielo oscuro, abajo la luz de una farola. Sentada en el alfeizar, Catrina observa los tejados, brillantes por la lluvia de todo el día, y espera que la luna salga por fin de entre las nubes. Un gato atraviesa, con andar parsimonioso la calzada, mira a un lado y otro como si buscara a alguien y desaparece en la oscuridad.

Con gesto indolente, Caty se retira la melena rubia de la cara; un pensamiento la ronda: Vale, tal vez lo haga.  Después de todo no le va a importar a nadie y ya está más que cansada. Quisiera dormirse. En realidad lo que le gustaría es no haber vivido nunca; solo dormir, no sentir, no saber nada. Recuerda las palabras que leyó en uno de sus libros, las pronunciaba Hamlet: ¡Morir, Morir! Dormir, tal vez soñar… ¿Cuándo la vida ha perdido su sentido para ella? ¿Lo ha tenido alguna vez? Esta habitación, este orden miserable, la lucha de cada mañana por sobrevivir: esto es todo lo que tiene, cosas que no significan nada. Solo es rica en soledad.

Hay un nido de pájaros bajo una de las tejas, se oyen las quejas de las crías. ¿Cómo será morir? ¿Entrará en un túnel de luz, como dicen algunos? ¿Será esa claridad inmutable, inmisericorde la que la paralizará para siempre, quedará atrapada en una existencia intemporal y aburrida? ¿Se repetirán una y otra vez los veinticinco años que ha vivido, uno tras otro, monótonamente, sin ningún cambio, o por el contrario atravesará esa barrera lechosa y comenzará una vida nueva, incluso, podrá acabar esta vida que va a dejar a medio vivir?

Las palabras de Roger machacan su mente como un martillo. Sentado en su silla, tras la mesa llena de papeles, con los brazos cruzados sobre el pecho y la lengua blanca paseándose por sus labios, la mira de arriba abajo en un gesto realmente obsceno: Tú decides: si haces lo que te digo, si te muestras complaciente conmigo, podrás seguir trabajando aquí; te cuidaré, ya lo verás, sé buena chica y nos llevaremos bien, te gustará. Si no lo haces, te vas a casa y no vuelvas. Piénsalo bien. Te costará encontrar otro trabajo por aquí. Tiene que pensarlo. Y eso está haciendo. Pensar, no en las exigencias de aquel mal nacido, sino en si merece la pena seguir viviendo. Porque la muerte no le asusta, lo que haya tras ella tampoco, siempre y cuando no sea repetir lo vivido sin dar pasos adelante, sabiendo solo lo que ya sabe. El aburrimiento es mortal. Escuchará, quizá, cosas que ya ha oído antes, y dirá otras que ha repetido mil veces. Y nada cambiará.

En realidad ¿qué quiere realmente? ¿Teme que no haya esa vida eterna que nos prometen desde el momento de nacer?  ¿O prefiere pensar que descansará cuando todo acabe?
La luz blanquecina se eleva poco a poco sobre los tejados. No es la luz de la vida eterna, sino la de la propia vida. Pone la tetera en el fuego y mientras hierve el agua se da una ducha, luego toma la taza del té entre las manos para sentir el calor. Mientras bebe observa los platos y vasos alineados en perfecto desorden. ¡Esta cocina ha sido su hogar durante tanto tiempo!…Luego deja la taza en el fregadero.

Entra con decisión en el dormitorio, saca la bolsa del armario y mete en ella dos camisetas, un vaquero y ropa interior, un jersey de lana gruesa, zapatillas de caminar y sus cosas de aseo. Luego busca en una de sus botas de invierno el dinero que ha ido guardando en ella. Está dispuesta, no lo pensará más. Se gira en la puerta y echa la última ojeada a lo que queda, pero se le ha olvidado algo así que entra de nuevo y recoge los dos libros que están sobre la mesilla. Al salir deja la puerta semiabierta y la llave puesta en la cerradura.

La calle está desierta, los pasos de Catrina rebotan en las paredes de las casas, húmedas por la lluvia. No siente alegría, no siente nada, su corazón soporta a duras penas el peso de la bolsa y el de tantas cosas vividas, sólo mira hacia delante. En algún lado debe estar el horizonte.







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